Ramón Unzaga no llegó a saber que había inventado una jugada maestra que replicarían futbolistas geniales y millonarios, como Cristiano Ronaldo ante la Juve; apenas disfrutó de la fama y nunca pudo vivir del fútbol. Es más, al principio, como les ocurre a veces a los audaces, sufrió el escepticismo y la incomprensión. Algunos árbitros, desconcertados, no entendían qué significaba aquella pirueta, posteriormente conocida como chilena. En una ocasión, uno de ellos le pitó falta al hacerla por considerar que era juego peligroso. El propio Unzaga resumió así al periódico El sur de Concepción lo que ocurrió a continuación: “Me vi obligado a observarle su error, alegando que reconocidos jueces no me la habían penado. Siguió después un cambio de palabras que trajo por resultado la orden del señor Beitía para que abandonara la cancha. Me negué a salir y afuera de ella tuve con él un cambio de bofetadas”. Era 1918 y Unzaga, que había nacido 24 años antes en Deusto (Bilbao), tenía muy mal genio.
La chilena, ese “repentino vaivén de hojas de tijera” con las piernas en el aire -según la descripción del escritor Eduardo Galeano, que atribuye a Unzaga la patente-, la había hecho por primera vez un viernes. Era 14 de enero de 1914, precisa el investigador Eduardo Bustos Alister, biógrafo del futbolista, y fue intencionada. “No le salió de casualidad. No se la inventó para resolver un mal pase. Él ensayaba la chilena en los entrenamientos hasta que ese día le salió, según le dijo a mi padre”. Lo cuenta, al teléfono desde Chile, su nieto. Y lo hace con “el orgullo de saber que se habla de su abuelo en muchos países”, pero también, con “un peso, una cierta carga” sobre los hombros. Porque Ramón Unzaga Asla y Ramón Unzaga Zapata fueron futbolistas, pero Ramón Unzaga Muñoz no. “Yo rompí la cadena. El fútbol me gusta verlo, no jugarlo. Nunca fui bueno. Yo soy ingeniero”, confiesa casi avergonzado, a los 70 años.